En el acelerado mundo actual, la verdedera libertad, consiste en hacer nuestro el tiempo.
La evidencia de la relatividad, sitúa la realidad, en el centro de lo que somos.
Lo que percibimos del mundo no es el mundo, sino la capacidad de nuestros sentidos para aprehender lo real, una parte infinitesimal que toma forma en nuestro mundo dual: la verdadera cuestión del diálogo imposible entre lo real y la realidad.
Dar vida en nosotros, a la inmensidad potencial de la vida, no ofrece otra solución que apropiarnos de nuestro cuerpo, implicarnos en nosotros.
Una de la razones fundamentales de las mutaciones y la evolución de la conciencia es la implicación.
Sin implicación, no hay lugar físico, biológico o psíquico para recibir información, fijarla e inscribir el movimiento.
Esta implicación es la condición sine qua non para anclar la experiencia histórica en la experiencia verdadera y real.
Sin la aceptación de estar con uno mismo, presente para uno mismo, no puede haber comprensión de lo que se experimenta, por lo que no puede haber evolución de la conciencia.
Estamos en el origen y en el final de todo lo que nos sucede, y el reto es aceptar, comprenderlo para integrar la ley cuántica de todo.